Interactuamos con el mundo que nos rodea a través de cientos de interfaces. Muchas de ellas son tan populares y admitidas, que ni siquiera las vemos.
La mejor interfaz es aquella que no se ve. Sin embargo, muchas de ellas, por nuevas e ignoradas, o por conocidas pero mal diseñadas, son visibles.
Supongamos que se inventa una cápsula transparente que nos permita viajar a cualquier parte del mundo casi instantáneamente. Esta cápsula se encoge hasta entrar en un bolsillo y casi no pesa. Usa energía solar y no libera contaminantes. El Gobierno le da una a cada habitante del país debido a la disminución de costos del régimen de transporte y las arreglan gratis si se dañan. La cápsula tiene también, una tasa de incidentes 100 veces menor a la de los vuelos en avión. Es casi perfecta.
El único inconveniente de nuestra cápsula casi ideal es que, simplemente, no podemos usarla.
El mejor sistema o la herramienta perfecta, son inservibles si no podemos interactuar con ellos.
Ahora, piense en todas las aplicaciones y los espacios que han usado recientemente. ¿Cuántas veces no encuentran lo que buscan o no saben cómo hacer lo que quieren? Esa situación deriva de una mala interfaz, que a su vez genera un problema de usabilidad.
En este período, la humanidad está creando un nuevo medio de comunicación, que tiene su propio idioma y una alta rapidez de cambio y evolución: la red y la comunicación hipermedial.
Las interfaces de estos nuevos medios y su lenguaje incorporado, juegan entonces un papel más significativo aún que el que han tenido hasta ahora, en aplicaciones habituales debido a la diferencia de usuarios, lenguajes, aplicaciones y la velocidad con que todos estos agentes están modificandose.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario